Cuando David Sinclair se doctoró en 1995 en la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Sidney, Australia, decidió continuar su carrera investigadora uniéndose al laboratorio de Lenny Guarente. Sinclair había contactado anteriormente con Guarente durante una conferencia en Australia y le había expresado su deseo de unirse a su grupo. La perseverante personalidad de Sinclair le llevó a coger un avión en su ciudad natal de Sidney a comienzos de 1996 para aterrizar en el laboratorio del MIT de Guarente, en donde la actividad científica era vibrante, con multitud de proyectos interesantes y todo el novedoso mundo de las sirtuinas y la restricción calórica recién iniciado. Allí no le fue mal y tuvo ocasión de participar en importantes avances en el entendimiento del proceso de envejecimiento, usando la levadura como organismo modelo. En el laboratorio de Guarente, Sinclair se distinguió como un tenaz y ambicioso joven investigador postdoc, que pronto empezó a acaparar la atención del jefe y a convertirse claramente en su favorito. Al mismo tiempo, se ganó la enemistad del resto de miembros del laboratorio, llegando incluso a las acusaciones a costa de la autoría de algún trabajo firmado en exclusiva por Sinclair y Guarente, dejando en el olvido quizás a otros miembros del laboratorio.
Sus exitosas publicaciones y la recomendación de su prestigioso mentor, Lenny Guarente, le permitieron establecerse a finales de 1999 como investigador independiente en la muy ilustre Harvard Medical School. Con su propio laboratorio, Sinclair comenzó a desarrollar sus proyectos independientes que seguían estando centrados en su interés en dilucidar los mecanismos moleculares que permitían la prolongación de la vida tras restricción calórica. Se habían encontrado ya por entonces los genes homólogos al SIR2 de levadura, en el gusano, la mosca, el ratón y hasta en el humano. En mamíferos existen 7 genes similares que pertenecen a la familia de las sirtuinas, denominados SIRT1 hasta SIRT7, siendo el SIRT1 el considerado más similar al SIR2 de levadura y sobre el que recae lógicamente la mayor atención de los científicos. A principios del nuevo milenio, los laboratorios de Sinclair y Guarente competían por ser el primero en definir los secretos prolongadores de la vida de la restricción calórica y el mecanismo de acción de las sirtuinas, lo cual les condujo a enfrentamientos abiertos a costa de su distintas visiones de la biología de las sirtuinas, aireados sin mucho disimulo en conferencias y hasta en artículos científicos.
En el año 2003, una publicación del grupo de David Sinclair aparecía en la revista Nature, describiendo la identificación de moléculas de pequeño tamaño capaces de activar a las sirtuinas y, con ello, de prolongar la vida de la levadura hasta un impresionante 70% más del periodo de vida normal. La molécula que mayor actividad mostraba en los ensayos in vitro sobre las sirtuinas era el resveratrol, componente de la piel de la uva. Además, la sirtuina que había utilizado Sinclair para identificar el resveratrol era el homólogo de humano, SIRT1. Mediante una argucia química había conseguido desarrollar un sustrato artificial unido a una sonda fluorescente sobre el que ensayar la actividad de SIRT1. Con una librería de compuestos se dedicó a cribar aquellos que mostrasen una actividad inductora de SIRT1 sobre el sustrato fluorescente y de esta manera se identificó el resveratrol. A estos resultados siguieron otros similares en gusanos y moscas. Todo hacía presagiar que el resveratrol demostraría tarde o temprano ser un producto capaz de prolongar la vida de organismos superiores y el grupo de Sinclair en Harvard Medical School trabajaba duramente en ello. Mientras tanto, al mismo tiempo se aliaba con Christoph Westphal, emprendedor del sector biotecnológico, para fundar en el 2004 Sirtris, una compañía dedicada a desarrollar fármacos que tuviesen una actividad estimuladora de las sirtuinas como el resveratrol, pero con mayor potencia y características farmacodinámicas más apropiadas para su uso farmacéutico. Por supuesto, con el añadido de resultar patentables y por tanto, explotables comercialmente.
En Noviembre del 2006, un artículo de David Sinclair y Rafael de Cabo del National Institute on Aging (NIA-NIH) que apareció publicado en Nature, describía el efecto protector frente a enfermedades metabólicas y prolongador de la vida del resveratrol en ratones que habían sido alimentados con una dieta rica en grasas. Las noticias de los efectos del resveratrol llegaron al gran público, siendo portada del New York Times y apareciendo en prestigiosos programas de la televisión norteamericana. Sinclair se afanó en promocionar la conexión entre el resveratrol del vino, las sirtuinas y el antienvejecimiento, apareciendo frecuentemente con una copa de vino tinto en las manos, para deleite de los productores de vino, que llegaron incluso a reclamar su derecho a etiquetar sus productos con una declaración de “beneficioso para la salud”. En su discurso pro-resveratrol, Sinclair recurrió frecuentemente a identificar su descubrimiento del resveratrol como activador de las sirtuinas capaz de prolongar la vida de levaduras, gusanos y moscas, con los beneficios para la salud del vino y con la conocida como “paradoja francesa”. Se conoce así al supuesto hecho de que la población francesa presente una baja incidencia de enfermedades cardiovasculares pese a un alto consumo de grasas en la dieta. El razonamiento inmediato de muchos derivado de los resultados de Sinclair, es que el mayor consumo de vino protege a los franceses de sus excesos culinarios. Las conferencias científicas de Sinclair reservaban siempre un apartado que parecía más un producto de teletienda, alabando las excelencias del resveratrol que aseguraba consumían personalmente él y su familia a diario.
Las investigaciones científicas parecían por tanto apoyar la hipótesis de Sinclair de que un gen (o familia de genes) conservado a lo largo de la evolución desde organismos simples hasta mamíferos como el ratón, las sirtuinas, eran capaces de activarse en respuesta a condiciones desfavorables, como las inducidas por la restricción calórica, para promover un estado especial de supervivencia a la espera de condiciones más adecuadas, lo que conlleva la prolongación de la vida. El resveratrol, por su acción activadora de estos genes, mimetiza la restricción calórica y logra establecer el mismo tipo de respuesta, sin necesidad de reducir la ingesta de calorías. Todo parecía indicar además, que el mismo tipo de ruta celular se encontraba presente en los humanos y que por tanto, esta era una estrategia con garantías para promover la eterna juventud. Es en este momento en el que Sinclair cambia ligeramente su discurso, para convencernos de que el consumo de vino tinto o de resveratrol no sirve. El resveratrol presente en el vino tinto es variable, pero siempre en cantidades ínfimas. Algunos cálculos, incluso del propio Sinclair, hablan hasta de miles de litros diarios para alcanzar las dosis administradas a los ratones que mostraron efectos positivos en los estudios publicados. Pero además el resveratrol posee características como molécula que la hacen de difícil uso farmacéutico. Las cantidades que deberían tomarse en humano si extrapolamos de los estudios en ratón son enormes, del orden de gramos, algo nada desdeñable.
Por todo ello, Sinclair anunció una OPV, u oferta pública de venta de acciones de su compañía Sirtris, seis meses tras la publicación del artículo en Nature del efecto del resveratrol sobre los ratones bajo dieta rica en grasa, obteniendo en el proceso 62,4 millones de dólares. Su promesa, desarrollar nuevas moléculas de síntesis con actividad similar a las del resveratrol sobre las sirtuinas, pero con mayor potencia y efectividad. De esta manera vieron la luz los “compuestos activadores de sirtuinas”, o STACs (“sirtuin-activating compounds”), tales como el SRT501, el SRT1720, el SRT1460, etc. Sirtris no puede ensayar el efecto de sus STACs directamente sobre el envejecimiento en ensayos clínicos, puesto que la FDA norteamericana, el organismo encargado de supervisar las actividades de las compañías farmacéuticas y todos los ensayos clínicos, no acepta el envejecimiento como una enfermedad. Existe además un impedimento evidente si se intenta demostrar una actividad que retrase el envejecimiento en humanos, llevaría muchísimo tiempo. Por eso Sirtris inició una serie de ensayos clínicos con sus compuestos frente a enfermedades asociadas al envejecimiento, como la diabetes tipo 2, y frente a algunos tipos de cáncer, como el mieloma múltiple. Todo ello sin descuidar el ángulo anti-envejecimiento, para lo cual inició el proceso de ensayo de alguno de sus compuestos por parte del Programa de Ensayo de Intervenciones del envejecimiento, ITP (“Interventions Testing Program”), programa perteneciente al National Institute on Aging del NIH (NIA-NIH), para analizar de una manera rigurosa e independiente la actividad ralentizadora del envejecimiento de sus STACs en ratón. Las expectativas estaban en todo lo alto, y no pasaban desapercibidas tampoco para las grandes farmacéuticas. Por eso, en el 2008, el gigante farmacéutico GlaxoSmithKline (GSK) anunció la adquisición de Sirtris por un total de 720 millones de dólares.
Tenemos entonces una ruta celular que gira entorno a las sirtuinas, con capacidad para prolongar la vida, conservada en multitud de organismos, y un activador natural, el resveratrol, que activa estos genes y con ello retrasa el envejecimiento. Una compañía farmacéutica además, se encuentra desarrollando activadores sintéticos aún más potentes y “limpios” que el resveratrol para ensayarlos en ensayos clínicos con garantías. Perfecto … ¿o no?
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