Todo lo que siempre quiso saber sobre el resveratrol y no se atrevía a preguntar 3



David Sinclair auto-administrándose resveratrol a copas

Cuando David Sinclair se doctoró en 1995 en la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Sidney, Australia, decidió continuar su carrera investigadora uniéndose al laboratorio de Lenny Guarente. Sinclair había contactado anteriormente con Guarente durante una conferencia en Australia y le había expresado su deseo de unirse a su grupo. La perseverante personalidad de Sinclair le llevó a coger un avión en su ciudad natal de Sidney a comienzos de 1996 para aterrizar en el laboratorio del MIT de Guarente, en donde la actividad científica era vibrante, con multitud de proyectos interesantes y todo el novedoso mundo de las sirtuinas y la restricción calórica recién iniciado. Allí no le fue mal y tuvo ocasión de participar en importantes avances en el entendimiento del proceso de envejecimiento, usando la levadura como organismo modelo. En el laboratorio de Guarente, Sinclair se distinguió como un tenaz y ambicioso joven investigador postdoc, que pronto empezó a acaparar la atención del jefe y a convertirse claramente en su favorito. Al mismo tiempo, se ganó la enemistad del resto de miembros del laboratorio, llegando incluso a las acusaciones a costa de la autoría de algún trabajo firmado en exclusiva por Sinclair y Guarente, dejando en el olvido quizás a otros miembros del laboratorio.

Sinclair y Guarente, pupilo y profesor, antiguos enemigos y de nuevo reconciliados

Sus exitosas publicaciones y la recomendación de su prestigioso mentor, Lenny Guarente, le permitieron establecerse a finales de 1999 como investigador independiente en la muy ilustre Harvard Medical School. Con su propio laboratorio, Sinclair comenzó a desarrollar sus proyectos independientes que seguían estando centrados en su interés en dilucidar los mecanismos moleculares que permitían la prolongación de la vida tras restricción calórica. Se habían encontrado ya por entonces los genes homólogos al SIR2 de levadura, en el gusano, la mosca, el ratón y hasta en el humano. En mamíferos existen 7 genes similares que pertenecen a la familia de las sirtuinas, denominados SIRT1 hasta SIRT7, siendo el SIRT1 el considerado más similar al SIR2 de levadura y sobre el que recae lógicamente la mayor atención de los científicos. A principios del nuevo milenio, los laboratorios de Sinclair y Guarente competían por ser el primero en definir los secretos prolongadores de la vida de la restricción calórica y el mecanismo de acción de las sirtuinas, lo cual les condujo a enfrentamientos abiertos a costa de su distintas visiones de la biología de las sirtuinas, aireados sin mucho disimulo en conferencias y hasta en artículos científicos.

Sinclair y Westphal, fundadores de Sirtris

En el año 2003, una publicación del grupo de David Sinclair aparecía en la revista Nature, describiendo la identificación de moléculas de pequeño tamaño capaces de activar a las sirtuinas y, con ello, de prolongar la vida de la levadura hasta un impresionante 70% más del periodo de vida normal. La molécula que mayor actividad mostraba en los ensayos in vitro sobre las sirtuinas era el resveratrol, componente de la piel de la uva. Además, la sirtuina que había utilizado Sinclair para identificar el resveratrol era el homólogo de humano, SIRT1. Mediante una argucia química había conseguido desarrollar un sustrato artificial unido a una sonda fluorescente sobre el que ensayar la actividad de SIRT1. Con una librería de compuestos se dedicó a cribar aquellos que mostrasen una actividad inductora de SIRT1 sobre el sustrato fluorescente y de esta manera se identificó el resveratrol. A estos resultados siguieron otros similares en gusanos y moscas. Todo hacía presagiar que el resveratrol demostraría tarde o temprano ser un producto capaz de prolongar la vida de organismos superiores y el grupo de Sinclair en Harvard Medical School trabajaba duramente en ello. Mientras tanto, al mismo tiempo se aliaba con Christoph Westphal, emprendedor del sector biotecnológico, para fundar en el 2004 Sirtris, una compañía dedicada a desarrollar fármacos que tuviesen una actividad estimuladora de las sirtuinas como el resveratrol, pero con mayor potencia y características farmacodinámicas más apropiadas para su uso farmacéutico. Por supuesto, con el añadido de resultar patentables y por tanto, explotables comercialmente.

El cordobés Rafael de Cabo, del NIA-NIH

En Noviembre del 2006, un artículo de David Sinclair y Rafael de Cabo del National Institute on Aging (NIA-NIH) que apareció publicado en Nature, describía el efecto protector frente a enfermedades metabólicas y prolongador de la vida del resveratrol en ratones que habían sido alimentados con una dieta rica en grasas. Las noticias de los efectos del resveratrol llegaron al gran público, siendo portada del New York Times y apareciendo en prestigiosos programas de la televisión norteamericana. Sinclair se afanó en promocionar la conexión entre el resveratrol del vino, las sirtuinas y el antienvejecimiento, apareciendo frecuentemente con una copa de vino tinto en las manos, para deleite de los productores de vino, que llegaron incluso a reclamar su derecho a etiquetar sus productos con una declaración de “beneficioso para la salud”. En su discurso pro-resveratrol, Sinclair recurrió frecuentemente a identificar su descubrimiento del resveratrol como activador de las sirtuinas capaz de prolongar la vida de levaduras, gusanos y moscas, con los beneficios para la salud del vino y con la conocida como “paradoja francesa”. Se conoce así al supuesto hecho de que la población francesa presente una baja incidencia de enfermedades cardiovasculares pese a un alto consumo de grasas en la dieta. El razonamiento inmediato de muchos derivado de los resultados de Sinclair, es que el mayor consumo de vino protege a los franceses de sus excesos culinarios. Las conferencias científicas de Sinclair reservaban siempre un apartado que parecía más un producto de teletienda, alabando las excelencias del resveratrol que aseguraba consumían personalmente él y su familia a diario.

Vino tinto, ¿fuente de resveratrol?

Las investigaciones científicas parecían por tanto apoyar la hipótesis de Sinclair de que un gen (o familia de genes) conservado a lo largo de la evolución desde organismos simples hasta mamíferos como el ratón, las sirtuinas, eran capaces de activarse en respuesta a condiciones desfavorables, como las inducidas por la restricción calórica, para promover un estado especial de supervivencia a la espera de condiciones más adecuadas, lo que conlleva la prolongación de la vida. El resveratrol, por su acción activadora de estos genes, mimetiza la restricción calórica y logra establecer el mismo tipo de respuesta, sin necesidad de reducir la ingesta de calorías. Todo parecía indicar además, que el mismo tipo de ruta celular se encontraba presente en los humanos y que por tanto, esta era una estrategia con garantías para promover la eterna juventud. Es en este momento en el que Sinclair cambia ligeramente su discurso, para convencernos de que el consumo de vino tinto o de resveratrol no sirve. El resveratrol presente en el vino tinto es variable, pero siempre en cantidades ínfimas. Algunos cálculos, incluso del propio Sinclair, hablan hasta de miles de litros diarios para alcanzar las dosis administradas a los ratones que mostraron efectos positivos en los estudios publicados. Pero además el resveratrol posee características como molécula que la hacen de difícil uso farmacéutico. Las cantidades que deberían tomarse en humano si extrapolamos de los estudios en ratón son enormes, del orden de gramos, algo nada desdeñable.

Por todo ello, Sinclair anunció una OPV, u oferta pública de venta de acciones de su compañía Sirtris, seis meses tras la publicación del artículo en Nature del efecto del resveratrol sobre los ratones bajo dieta rica en grasa, obteniendo en el proceso 62,4 millones de dólares. Su promesa, desarrollar nuevas moléculas de síntesis con actividad similar a las del resveratrol sobre las sirtuinas, pero con mayor potencia y efectividad. De esta manera vieron la luz los “compuestos activadores de sirtuinas”, o STACs (“sirtuin-activating compounds”), tales como el SRT501, el SRT1720, el SRT1460, etc. Sirtris no puede ensayar el efecto de sus STACs directamente sobre el envejecimiento en ensayos clínicos, puesto que la FDA norteamericana, el organismo encargado de supervisar las actividades de las compañías farmacéuticas y todos los ensayos clínicos, no acepta el envejecimiento como una enfermedad. Existe además un impedimento evidente si se intenta demostrar una actividad que retrase el envejecimiento en humanos, llevaría muchísimo tiempo. Por eso Sirtris inició una serie de ensayos clínicos con sus compuestos frente a enfermedades asociadas al envejecimiento, como la diabetes tipo 2, y frente a algunos tipos de cáncer, como el mieloma múltiple. Todo ello sin descuidar el ángulo anti-envejecimiento, para lo cual inició el proceso de ensayo de alguno de sus compuestos por parte del Programa de Ensayo de Intervenciones del envejecimiento, ITP (“Interventions Testing Program”), programa perteneciente al National Institute on Aging del NIH (NIA-NIH), para analizar de una manera rigurosa e independiente la actividad ralentizadora del envejecimiento de sus STACs en ratón. Las expectativas estaban en todo lo alto, y no pasaban desapercibidas tampoco para las grandes farmacéuticas. Por eso, en el 2008, el gigante farmacéutico GlaxoSmithKline (GSK) anunció la adquisición de Sirtris por un total de 720 millones de dólares.

Tenemos entonces una ruta celular que gira entorno a las sirtuinas, con capacidad para prolongar la vida, conservada en multitud de organismos, y un activador natural, el resveratrol, que activa estos genes y con ello retrasa el envejecimiento. Una compañía farmacéutica además, se encuentra desarrollando activadores sintéticos aún más potentes y “limpios” que el resveratrol para ensayarlos en ensayos clínicos con garantías. Perfecto … ¿o no?

(Para ver la entrada anterior de esta serie dedicada al resveratrol, ir aquí)

(Para ver la primera de las entradas de esta serie, ir aquí)

 

Todo lo que siempre quiso saber sobre el resveratrol y no se atrevía a preguntar 2


El resveratrol es una fitoalexina, es decir, un compuesto antimicrobiano que se sintetiza y acumula en plantas en altas concentraciones, como respuesta a agresiones como las causadas por infecciones bacterianas o fúngicas, y que ayudan a limitar la dispersión del patógeno. Químicamente, es un polifenol, pertenece a un grupo de sustancias químicas caracterizadas por la presencia de más de un grupo fenol por molécula. Pertenece a la familia de los flavonoides, una extensa familia de polifenoles (otros miembros de la familia son las antocianidinas, los flovonoles, las flavonas, las isoflavonas, etc) sintetizados por muchos vegetales (como el té, los pimientos, las manzanas, las cebollas, las legumbres, etc) y que han sido objeto de estudios en relación con los efectos saludables de las dietas ricas en frutas y verduras. El propio resveratrol había sido estudiado previo a su ascensión a los cielos del olimpo de productos antienvejecimiento, por sus posibles efectos beneficiosos para la salud.

Pero lo que marcó un cambio drástico en su popularidad fue el anuncio, a bombo y platillo, con focos y cámaras, por parte del científico de origen australiano David Sinclair, en la actualidad co-director de los “Paul F. Glenn Laboratories for the Biological Mechanisms of Aging” en Harvard Medical School, de sus supuestos efectos prolongadores de la vida. ¿En qué se basaba Sinclair para adjudicar dichos efectos antienvejecimiento al resveratrol? Todo empezó en el 2003 con una publicación nada menos que en la revista Nature, en la que Sinclair describía su hallazgo de que el resveratrol era un potente activador de las sirtuinas y mimetizaba el efecto de la restricción calórica prolongando extraordinariamente la longevidad de la levadura, Saccharomyces cerevisiae. ¿Pero qué son las sirtuinas y en qué consiste la restricción calórica?

Clive McCay
Clive McCay

La intervención más efectiva en el retraso del envejecimiento de organismos muy diversos es la restricción calórica, consistente en reducir la ingesta de calorías en la dieta sin caer en la malnutrición. Desde los años 30 del siglo pasado, y comenzando con los trabajos de Clive McClay de la Universidad de Cornell, quien demostró que ratas alimentadas con dieta baja en calorías vivían hasta el doble que el grupo de ratas alimentadas ad libitum (es decir, sin restricciones y hasta saciarse), la investigación en restricción calórica y su efecto en longevidad ha experimentado una enorme popularidad. Son muchos los distintos organismos en los que se ha podido demostrar un efecto positivo de la restricción calórica sobre la longevidad. Pese a ello, algunos investigadores han criticado los famosos estudios con ratas y ratones, indicando que en realidad lo que demuestran es que la alimentación en laboratorio de los animales de experimentación no es la adecuada y termina causando problemas de salud y muerte prematura. Según éstos, reducir la ingesta de alimento sitúa a los animales en una contexto más próximo a la realidad que encuentran en la naturaleza. Más aún, según algunos trabajos, la restricción calórica no es beneficiosa en todas las cepas de ratones y cuando se realiza un estudio exhaustivo con un elevado número de ratones de diversas cepas, lo que se observa es que no se produce un beneficio generalizado, e incluso se puede observar un perjuicio para la salud provocado por dicha restricción calórica.

En cualquier caso, los supuestos beneficios de la restricción calórica no están aún demostrados en humanos y podrían ser poco más que modestos en lo relativo a prolongar la vida. No obstante, estos prometedores resultados de laboratorio han convencido ya a algunos hasta el punto de someterse a la tiranía de la balanza y la calculadora en lugar predominante en la mesa, junto a tenedor y cuchillo, en la convicción cuasi-religiosa, de que han encontrado el camino de la verdad hacia la vida eterna. Esta práctica no presenta pocos problemas, puesto que restringir el número de calorías, especialmente en las personas de edad avanzada, supone un grave riesgo de pérdida de masa muscular y ósea, lo cual puede ponerles en una situación de debilidad a tener en cuenta. Por ello conviene ser cautos con este tipo de intervenciones que juegan con la dieta y pueden resultar más perjudiciales que beneficiosas.

¿Restricción calórica?

Pese a todas estas dudas sobre la efectividad de la restricción calórica prolongando la vida, y tras los primeros resultados espectaculares que mostraban la maleabilidad del proceso de envejecimiento en organismos modelo, la investigación biomédica ha tratado de dilucidar el mecanismo molecular responsable del beneficio sobre la salud y la longevidad de la restricción calórica, aportando nuevos datos interesantes cada día, pero también generando disputas y desencuentros entre la comunidad científica, a cuenta de cuáles son las vías de señalización responsables de llevar a cabo la prolongación de la vida tras restricción calórica. El interés comercial es evidente; si supiésemos qué moléculas y qué rutas son las importantes, podríamos lanzarnos a encontrar/desarrollar fármacos que mimeticen el beneficio de la restricción calórica, sin dejar de atiborrarnos a hamburguesas y pizza (según los más críticos con esta aproximación), o sin someterse a unas dietas peligrosas e inviables (según los más favorables). Algunos investigadores apoyan la implicación de la ruta de la insulina en este efecto, otros hablan del estrés oxidativo generado por el exceso de calorías, muchos se decantan por el papel protagonista de la familia de las sirtuinas, … Tanto es así, que recientemente asistimos en la revista Science a un interesante debate a cuenta de una publicación previa en la misma revista, de un artículo de revisión sobre las vías moleculares conservadas a lo largo de las distintas especies e implicadas en el incremento de la longevidad por restricción calórica. Los autores de dicha revisión especularon con las posibles vías que podrían ser responsables de ese beneficio, obviando sorprendentemente la vía de las sirtuinas, para desagradable sorpresa y enojo de no pocos destacados investigadores, que en respuesta decidieron escribir una carta de protesta a la revista Science. ¿Quiénes son estas debatidas sirtuinas?

Lenny Guarente

Las sirtuinas son una familia de genes que codifican enzimas con actividad deacetilasa (eliminan el grupo acetilo que en ocasiones se añade a algunas proteínas para modular su actividad) y con ello son capaces de alterar la actividad de muchas proteínas con distinta función en la célula. Un conjunto de proteínas cuyo estado de acetilación es especialmente importante para determinar su función, es el de las histonas, proteínas que se asocian al ADN (la molécula que porta la información de la vida) y regulan el grado de “accesibilidad” a la información genética y con ello la expresión o no de ciertas regiones genómicas. En levadura, los genes SIR, y en particular el gen SIR2 (de “Silent mating type Information Regulation 2”), fueron señalados como capaces de aumentar de manera espectacular el periodo de vida cuando se aumenta de forma experimental su expresión. Este trabajo se llevó a cabo fundamentalmente en el laboratorio de Lenny Guarente, del MIT, con la destacada participación de los entonces estudiantes de doctorado, Brian Kennedy y Matt Kaeberlein, ambos en la actualidad en la Universidad de Washington de Seattle. Una serie de artículos en revistas de primer orden avanzó de manera rápida durante el cambio de milenio, en el establecimiento de la importancia de las sirtuinas como deacetilasas que controlan el silenciamiento de ciertas regiones del genoma que se expresan durante el envejecimiento celular. Se identificó además al balance NAD+/NADH como modulador de la actividad de SIR2 y se estableció a SIR2 como el mediador del efecto prolongador de la longevidad causado por la restricción calórica en la levadura. El citado balance NAD+/NADH se ha propuesto como un reflejo de la actividad nutricional de la célula por lo que, cerrando el círculo, la restricción calórica altera el balance NAD+/NADH celular, lo que deriva en la activación de las sirtuinas, que modifican el estado de acetilación de las histonas (y otras proteínas diana), y con ello se favorece el patrón transcripcional “joven” frente a “viejo”. Todo ello en levadura, pero los análisis posteriores elevaron aún más el entusiasmo, puesto que SIR2 está conservado (tiene genes que parecen ser parientes más o menos cercanos) en todos los organismos analizados hasta llegar incluso al ser humano. Esto sugería que un mecanismo básico de la vida, el del control del envejecimiento, podía existir en organismos muy alejados evolutivamente. Algo así facilitaría enormemente nuestro entendimiento del proceso de envejecimiento y nos permitiría ensayar fácilmente terapias y productos que lo retrasen. ¿Han respondido las sirtuinas a las expectativas creadas?

(Para ver la primera entrada de esta serie, ir aquí)

Actualización – Suspendido un ensayo clínico con resveratrol


Comentamos en su día cómo en Mayo del año pasado se suspendía un ensayo clínico con SRT501 (una formulación de resveratrol) que estaba llevando a cabo la farmacéutica GlaxoSmithKline (GSK) como tratamiento frente al mieloma múltiple (ver “Suspendido un ensayo clínico con resveratrol”). En aquel momento GSK informó de que se habían registrado problemas renales en los pacientes que habían recibido el SRT501 que obligaban a parar el ensayo, reanalizar los datos disponibles y a valorar los mismos.

Los pacientes de mieloma múltiple sufren frecuentemente de problemas renales y parece ser que la ingesta de cantidades relativamente altas de resveratrol (5 gramos diarios) fueron mal toleradas por los pacientes, causándoles vómitos y demás trastornos que pudieron agravar o acelerar dichos problemas renales.

Ahora, meses después del anuncio de suspensión cautelar del ensayo clínico, GSK ha anunciado que suspende definitivamente dicho ensayo; pero además, y de manera un tanto sorprendente, anuncia también que abandona cualquier desarrollo posterior de dicha molécula SRT501 y de sus análogos.

El autor de este blog cenando con David Sinclair en Nagoya

El SRT501 y otros compuestos similares fueron desarrollados por la compañía Sirtris, una compañía farmacéutica en cuya creación y dirección estuvo muy involucrado el que sin duda es uno de los científicos clave en la subida a los altares farmacéuticos del resveratrol, el australiano David Sinclair, co-director de los “Paul F. Glenn Laboratories for the Biological Mechanisms of Aging” en Harvard Medical School. El objetivo de Sinclair y Sirtris fue el de desarrollar moléculas análogas al resveratrol con actividad aún más potente que éste para activar a las sirtuinas, las moléculas que se pensaba eran la llave que conducía a prolongar de manera espectacular la longevidad y a proteger al organismo de toda una serie de enfermedades como el cáncer. Tras desarrollar estos compuestos y asegurar que poseían un enorme potencial antienvejecimiento y augurar una prometedora actividad antitumoral, amén de múltiples otras actividades clínicas beneficiosas, Sirtris fue comprada (junto con sus compuestos) por GSK, una de las multinacionales farmacéuticas más importantes del mundo, por un precio astronómico.

A estas noticias negativas del ensayo clínico hay que añadir además que a principios del año pasado investigadores de una farmacéutica rival, Pfizer, publicaron un estudio en la revista JBC en el que demostraban que los compuestos desarrollados inicialmente por Sinclair en Sirtris (que aseguraba eran hasta 1000 veces más potentes que el propio resveratrol) y ahora bajo el control de GSK,  en realidad no activan la molécula diana de su supuesta acción, las sirtuinas, y que todo se debe a un artefacto de experimentación in vitro. Los editores de la revista JBC comentaron al respecto, con cierto tono ácido:

“This highlights the importance of performing careful and thorough biochemical methods with clear and unbiased analysis”.

“Esto pone de relieve la importancia de llevar a cabo métodos bioquímicos cuidadosos y completos, con un análisis claro y objetivo”.

Podríamos pensar que no conocer la identidad de la diana de acción de un medicamento es irrelevante siempre y cuando el fármaco tenga un efecto beneficioso, pero el desarrollo actual de fármacos es un proceso muy exigente que aspira a conocer el mecanismo de acción de las sustancias empleadas en clínica para poder predecir mejor su comportamiento y sus posibles interacciones en el organismo. Más aún, en recientes años son cada vez más los estudios que ponen en duda que las sirtuinas sean las moléculas sobre las que actúa el resveratrol e incluso hay quien duda de que el resveratrol tenga ningún efecto sobre la longevidad o el cáncer.

Quizás la suma de todos estos factores haya sido la que haya empujado al SRT501 y demás miembros de su familia fuera del cajón de nuevos medicamentos experimentales de GSK. No obstante, parece que la búsqueda de compuestos no relacionados con el resveratrol pero con actividad sobre las sirtuinas es una posibilidad a explorar por GSK que se quiere dejar abierta para el futuro.

Adendum: Hasta aquí las vicisitudes del resveratrol y su familia en el proceloso mundo de la industria farmacéutica, sin duda uno de los sectores de negocio cuyas prácticas gozan de peor fama en el mundo. Pero, ¿hay vida para el resveratrol más allá de su aplicación farmacéutica?

Recordemos de nuevo que el resveratrol es una de las más rutilantes estrellas del firmamento antienvejecimiento y uno de los productos que mayor incremento en ventas está viviendo en años recientes, apoyándose en estudios científicos serios (que no definitivos, recordemos que hablamos aún de ciencia básica) elaborados con organismos modelo como la levadura (Saccharomyces cerevisiae), el gusano (Caenorhabditis elegans), o la mosca (Drosophila melanogaster), pero para el cual, como acabamos de ver, no existen ensayos clínicos en los que fundamentar ninguna acción beneficiosa. Además de las noticias científicas que de vez en cuando saltan a los medios de comunicación alabando las bondades del resveratrol, hay que sumar los esfuerzos de un insospechado aliado como es el del sector vinícola, dados los aclamados beneficios del vino tinto y su (ínfimo) contenido en resveratrol procedente de la piel de la uva. Hay que recordar que algunos cálculos cifran en cientos de litros diarios de vino consumidos como los necesarios para alcanzar dosis semejantes a las empleadas en los estudios científicos publicados con organismos modelo (para más información ver por ejemplo esta entrada anterior del blog “¿Comer para no envejecer?”).

Pero sin duda el denominado sector nutracéutico es el más interesado en publicitar el resveratrol como “la molécula de la longevidad” y zarandajas similares, puesto que sorteando hábilmente las normas de publicidad engañosa (o entrando en conflicto directo con ellas, qué más da, sale barato) y vendiéndolo como “producto natural” uno puede hacer el negocio del siglo sin necesidad de enfangarse en complejos y costosísimos ensayos clínicos para demostrar la total seguridad y la eficacia del producto vendido. Para hacerse una idea de la magnitud del asunto, hagan la prueba y tecleen “resveratrol” en Google y verán de lo que estoy hablando.

Producir comprimidos que contengan resveratrol (la dosis es lo de menos, total no existe ningún estudio sobre el que fundamentar una dosis adecuada), envasarlos con un envoltorio de apariencia “médica”, venderlos en farmacias y repetir algunas palabras clave de las empleadas en estudios científicos es garantía de éxito absoluto con riesgo cero. Y los costes de experimentación son nulos.

Para mayor información sobre el tema, hemos iniciado una miniserie de entradas dedicadas al resveratrol.

 

¿Comer para no envejecer?


Todos los días podemos ver en televisión, oir en la radio o leer en la prensa, al último gurú de la alimentación ofreciéndonos consejos prácticos sobre dieta y salud anti-envejecimiento. Nos anuncian sus dietas milagrosas, sus mejores trucos anti-edad, todos los datos sobre el valor dietético de tal o cual alimento, el ranking de contenidos en antioxidantes, en vitaminas, etc, etc. Y por supuesto nos citan su lista negra de alimentos que aceleran el envejecimiento y su lista de alimentos favoritos que lo retrasan de manera radical. Oyéndoles, uno puede llegar a pensar que hablan basándose en estudios científicos serios que han demostrado con claridad y sin género de dudas todas sus afirmaciones. Y sin embargo, no es así.

Deliciosa fruta ... antienvejecimiento?

El mundo de los consejos dietéticos es un producto de nuestros días, en los que nos vemos acuciados por problemas de salud que creemos (con mayor o menor acierto) relacionados con la alimentación y en los que atribuimos una enorme importancia a la apariencia física y cómo la dieta puede influir en ella. Si antes el enfoque fue engordar/no engordar, hoy en día ha surgido con fuerza la variante envejecer/no envejecer. Aprovechando el tirón popular que las noticias relacionadas con la alimentación y la dieta tienen en nuestros días, son muchos los expertos que relacionan cualquier resultado preliminar de la investigación sobre las bases moleculares del envejecimiento para hacer sus propias afirmaciones y recomendaciones que serán compradas por un público ávido en adherirse a las nuevas modas dietéticas antienvejecimiento.

Sin embargo, estas afirmaciones pueden ser de lo más peregrinas si simplemente están basadas de manera parcial en los nuevos datos que la investigación en el laboratorio proporciona; cuando no directamente salvajes si los individuos que las proclaman obtuvieron su título de experto en dietética del envejecimiento en un curso por correo. Así podemos encontrar pregonadas y amplificadas por la enorme caja de resonancia que ofrece Internet en nuestros días, bobadas del calibre de bulos como el que afirma que la leche induce “secreción de moco” que es la responsable del cáncer de próstata y de mama, o que la forma de las frutas y verduras nos indica con su parecido para qué órganos es beneficiosa.

Dejando a un lado la voz de los charlatanas pseudocientíficos, no dejan de producirse afirmaciones cuestionables en entornos más o menos académicos, que airean a la ligera consejos de dudosa base científica. Por una parte está el típico problema que se produce cuando se salta en el vacío desde un resultado preliminar en laboratorio con animales de experimentación (a veces incluso con datos derivados de cultivos celulares), con resultados meramente correlativos, y se extrapola a la salud humana como si de un hecho probado y constatado se tratase.

Otra característica frecuente es dejarse guiar por el “sentido común”, que dará por buenos, aún sin demostración que lo sustente, cualquier resultado que se ajuste a los esquemas previos que un individuo y la comunidad en la que se engloba tenga por buenos y razonables. A esta cuestión muchas veces se le unen intereses comerciales que refuerzan el valor de alguna de las afirmaciones, simplemente porque están en línea con el mercado en el que se mueven importantes sectores de negocio.

Alimentos saludables y ... algo más?

Así tenemos afirmaciones de lo más sensatas, comúnmente aceptadas por todos, como la importancia del consumo de frutas y verduras para una mejor salud y longevidad. Desde los años 90 del siglo pasado se ha dedicado un gran esfuerzo a promover el consumo de frutas y verduras entre la población teniendo como uno de sus objetivos disminuir la incidencia de cáncer. Por muy razonable que sea pensar en el beneficio que el consumo de frutas y verduras tiene para la salud, lo cierto es que el mayor estudio sobre este consumo y la incidencia de cáncer a lo largo de diversos países europeos, llevado a cabo dentro del programa “European Prospective Investigation into Cancer and Nutrition” (EPIC), demostró recientemente que no existe ninguna relación entre la cantidad de frutas y verduras que se consumen y una mayor protección frente al desarrollo del cáncer. Por supuesto estas conclusiones no descartan que exista un grupo de frutas y verduras concreto que sí aporten un beneficio anticancerígeno, pero lo cierto es que la afirmación amplia de que ese consumo nos protege del cáncer no está probada. Lo sensato es profundizar aún más en nuestro conocimiento sobre el beneficio real que podemos obtener de alimentos saludables como las frutas y verduras, identificar los elementos que contienen y aprender cómo beneficiarnos aún más de ellos.

Si utilizamos el ejemplo anterior de cómo una afirmación a todas luces sensata, como pueda ser la de promover el consumo de frutas y verduras, tiene una comprobable escasa incidencia en mejorar patologías como el cáncer, imaginemos la base de afirmaciones mucho más peregrinas y no sustentadas en estudios amplios y serios. Aquí ya hemos hablado del movimiento filosófico cuasi-religioso de los antioxidantes y sus supuestos efectos beneficiosos previniendo y revirtiendo todas las patologías y, como ejemplo máximo de su poder, retrasando el envejecimiento, cuando en realidad el estudio más amplio con respecto al efecto de los suplementos antioxidantes demostró no ser efectivo frente al cáncer, cuando no directamente ser perjudicial para la salud.

Con esa pinta tentadora, tiene que ser malo

Se producen además afirmaciones cuestionables sobre alimentos que están casi en su totalidad infundadas o responden a prejuicios, como comentábamos más arriba, producto del refuerzo ejercido por el consenso existente en un momento dado. Así, recientemente le tenemos declarada la guerra a productos como el azúcar y le encontraremos culpable de todos los males, incluido el envejecimiento. O al café, producto por otra parte rico en antioxidantes. O al exquisito chocolate, que en su variante más pura carece de azúcar o de grasas perjudiciales y que, si acaso, se ha demostrado como beneficioso para el envejecimiento.

Por el contrario, ensalzaremos alimentos basándonos en presuntas bondades que no resisten el más mínimo escrutinio. El vino tinto es riquísimo y me parece genial que se le quiera promocionar como producto saludable, pero de ahí a vendérnoslo como alimento antienvejecimiento por su contenido en resveratrol o su capacidad antioxidante, hay que ser un charlatán profesional.

El origen de la fama reciente del vino tinto como protector frente a las enfermedades cardiovasculares y responsable de una mayor longevidad es ilustrativo, y tiene que ver con la conocida como “paradoja francesa”. Dicha paradoja no tiene nada que ver con la reciente eliminación del equipo francés de la Copa Mundial de Fútbol, si no que es un término acuñado por el Dr. Serge Renaud, de la Universidad de Burdeos en Francia, que proclamaba que los franceses padecen una menor incidencia de enfermedades cardiovasculares (más tarde también extendido a una mayor longevidad) pese a tener un consumo superior a la media en otros países de productos ricos en grasas saturadas como el paté o las carnes, debido fundamentalmente a su también mayor consumo de vino tinto. Cuando en 1991 el popular programa de televisión estadounidense “60 minutes” se hizo eco de esta hipótesis, las ventas de vino tinto en EEUU experimentaron un espectacular aumento del 44% y algunas bodegas exigieron poder llevar en sus etiquetas la declaración de “alimento saludable”. Para rematar la jugada, aportándole una aureola de seriedad científica, las investigaciones fundamentalmente del grupo dirigido por David Sinclair sobre los efectos prolongadores de la longevidad y protectores frente a las enfermedades asociadas al envejecimiento del resveratrol, que es un componente de las uvas (y por tanto del vino), terminaron por encumbrar las virtudes del vino.

El vino, algo más que delicioso?

No importa que la cantidad de resveratrol presente en el vino tinto sea testimonial, puesto que para obtener una cantidad apreciable de resveratrol, suficiente como para poder obtener el declarado beneficio, a base de consumo de vino, uno debería ingerir cientos de litros diarios (ver cálculo en Wired, por ejemplo). Sin embargo, no existe comentario sobre el resveratrol que no comience diciendo “… el resveratrol, presente en el vino tinto …”. Tampoco importa que una reevaluación de los números que manejaba el Dr. Serge Renaud indique que claramente infravaloró la incidencia de enfermedades cardiovasculares entre la población francesa, que en realidad está en la media de los países occidentales. Todo esto sin entrar en el dudoso efecto beneficioso para la salud del resveratrol o las moléculas sintéticas que mimetizan sus efectos, a los que se han lanzado varias compañías en la esperanza (ya una realidad) de llenar las arcas vendiendo humo bajo la promesa de una auténtica fuente de la juventud eterna.

Pero es que incluso la asunción de que el consumo de grasas saturadas naturales tenga alguna relación con el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares está en entredicho. El estudio, conocido como Nurses´Health Study y llevado a cabo por la Women´s Health Initiative (WHI), se desarrolló durante 8 años e implicó a 49.000 mujeres. Las conclusiones de este estudio es que no se pudieron encontrar conexiones entre seguir una dieta baja en grasas y un menor riesgo de padecer cáncer de mama o colorrectal, o enfermedades cardiovasculares. Evidentemente este estudio no tiene la última palabra, pero evidencia la necesidad de ser cautos con las recomendaciones relacionadas con la alimentación y su relación con las enfermedades y el envejecimiento, y deja claro que las afirmaciones absolutas sobre los beneficios o perjuicios de los alimentos son arriesgadas, por muy sensatas que nos parezcan a simple vista.

Dicho todo lo anterior, no me gustaría ser atacado por hereje y por poner en peligro la salud de la gente por hacer peligrosas recomendaciones dietéticas, nada más lejos de mi intención. Sólo quisiera llamar la atención sobre la cantidad de pronunciamientos a la ligera que al respecto de la salud, el envejecimiento y la alimentación se hacen, sin sustentarse en evidencias científicas de peso, cuando no directamente partiendo de bobadas pseudocientíficas.

Una alimentación sana, variada, balanceada, equilibrada y acorde con el gasto energético que realizamos, junto con una actividad física moderada, siguen siendo buenos consejos generalizables para todos.

Algunas referencias:

– Comentario editorial en JCNI sobre las conclusiones del estudio EPIC sobre el consumo de frutas y verduras y la incidencia de cáncer:

Fruits, vegetables, and cancer prevention: turmoil in the produce section. Willett WC. J Natl Cancer Inst. 2010 Apr 21;102(8):510-1

– Artículo original del grupo de David Sinclair sobre el efecto del resveratrol aumentando la longevidad de la levadura:

Small molecule activators of sirtuins extend Saccharomyces cerevisiae lifespan. Howitz KT, Bitterman KJ, Cohen HY, Lamming DW, Lavu S, Wood JG, Zipkin RE, Chung P, Kisielewski A, Zhang LL, Scherer B, Sinclair DA. Nature. 2003 Sep 11;425(6954):191-6.

– Artículo original del grupo de Rafael de Cabo, en el que colaboró también el grupo de David Sinclair, en el que se describe como beneficioso para la salud durante el envejecimiento, pero sin capacidad de aumentar la longevidad en el ratón:

Resveratrol delays age-related deterioration and mimics transcriptional aspects of dietary restriction without extending life span. Pearson KJ, Baur JA, Lewis KN, Peshkin L, Price NL, Labinskyy N, Swindell WR, Kamara D, Minor RK, Perez E, Jamieson HA, Zhang Y, Dunn SR, Sharma K, Pleshko N, Woollett LA, Csiszar A, Ikeno Y, Le Couteur D, Elliott PJ, Becker KG, Navas P, Ingram DK, Wolf NS, Ungvari Z, Sinclair DA, de Cabo R. Cell Metab. 2008 Aug;8(2):157-68.

– Comentario en la revista Science sobre el Nurses´Health Study.

Women’s health. Study yields murky signals on low-fat diets and disease. Couzin J. Science. 2006 Feb 10;311(5762):755.