Ranas, ovejas y células en el camino al Nobel


Cuando la semana pasada el comité Nobel anunció el galardón de este año en la categoría de Medicina o Fisiología, comenzaron las carreras por informarse de la contribución científica de los investigadores premiados y por difundir sus hallazgos. Para otros, comenzó también la típica disquisición inevitable que se sucede cada año acerca de los nombres olvidados por la academia sueca. Muchos echaron en falta este año a un popular científico, el inglés Sir Ian Wilmut, “padre” de la oveja Dolly, la oveja más famosa del mundo.

Gurdon (de joven) con sus ranas

Recordemos que el Nobel de este año lo comparten John B Gurdon y Shinya Yamanaka por “su descubrimiento de que las células maduras pueden ser reprogramadas para convertirse en pluripotentes” en palabras de los académicos. Esta idea de que las células maduras pueden ser reprogramadas hasta convertirse en pluripotentes es uno de los descubrimientos científicos más prometedores de las últimas décadas en medicina. Conceptualmente parte de los originales experimentos de John Gurdon allá por la década de los 60 del siglo pasado. En aquel momento no se tenía claro cómo partiendo de un única célula, el óvulo fecundado, se conseguía llegar a obtener toda la diversidad que muestra un organismo adulto, compuesto por más de 200 tipos celulares distintos, cada uno capaz de realizar una tarea específica muy especializada; pero únicamente esa tarea. Gurdon transplantó el núcleo de una célula de intestino de rana a un huevo no fecundado (y al cual se le había desprovisto previamente de su propio núcleo). El resultado fue un huevo que se desarrolló en renacuajo. Esto quería decir que todas las células adultas poseen en su núcleo la información genética completa para ser cualquier cosa, pero que durante el desarrollo, cada célula se especializa en una labor particular. Sin embargo, este proceso es reversible y si ponemos ese núcleo de célula adulta especializada en el contexto adecuado (el de una célula indiferenciada) las instrucciones que llevaron a esa célula a convertirse en una máquina final con una función precisa se borran y la célula recupera todo su potencial original.

Durante años, este descubrimiento no tuvo continuidad con ejemplos en otras especies animales. Hasta 3 décadas después, cuando la revista Nature publicó la descripción de la creación de la oveja Dolly, el primer mamífero clonado. Este anuncio revolucionó sin duda este área científica. Conceptualmente no había nada nuevo, pero el hecho de que aquello que Gurdon había conseguido con ranas se pudiese también realizar con mamíferos era un empujón muy importante a las investigaciones que buscaban poder obtener células embrionarias humanas que pudiesen ser usadas en terapia celular. La oveja Dolly era la prueba de que la reprogramación de las células adultas hasta un estado primitivo de pluripotencialidad era también posible en mamíferos y, por qué no, también en humanos.

Campbell (a la izquierda) y Wilmut (a la derecha), cuando formaban parte del mismo rebaño

Pero la historia de la creación de la oveja Dolly está además rodeada de polémica y conductas cuestionadas por muchos. El artículo científico publicado en la revista Nature en 1997 que dio a conocer el nacimiento de Dolly se acreditó a nombre de Ian Wilmut del Roslin Institute como principal contribuyente, como coordinador del equipo de investigación y director del proyecto que había culminado con semejante espectacular resultado. Wilmut fue aclamado, su nombre y su foto acompañado de la oveja recorrieron todos los periódicos y televisiones del mundo, y hasta recibió el título de “Sir” de manos de la Reina de Inglaterra. Pero al poco tiempo de la publicación, Keith Campbell, colaborador de Wilmut, denunció que en realidad él había sido el que había contribuido de manera principal en la obtención de Dolly y que fueron sus ideas las que permitieron tener éxito en el propósito de clonar una oveja. La cosa no quedó ahí, Wilmut se vio implicado en un asunto judicial debido a las denuncias que un antiguo empleado del Roslin Institute de origen hindú puso contra él, porque había sido despedido, según su versión, injustamente y tras ser acosado e insultado de manera racista por Wilmut. Durante el juicio, la pregunta de si se consideraba autor de la clonación de Dolly surgió y Wilmut contestó que no. Cuando se le interrogó por el papel de Campbell en el proceso de obtención de Dolly, Wilmut adjudicó a su colaborador una contribución del 66% (curiosa forma de tasar la contribución científica). Admitió que la autoría principal de ese artículo había recaído en él por un acuerdo previo a la publicación entre Campbell y él. Estas declaraciones causaron mucho revuelo y apoyándose en ellas y junto con otras acusaciones, algunos antiguos compañeros del Roslin Institute pidieron incluso que se le retirase el título de “Sir.

Puestas así las cosas, no es de extrañar que muchos rehúsen mencionar el nombre de Wilmut, incluso cuando hacen referencia a la creación de Dolly como hito en la carrera que llevó a galardonar a Gurdon y Yamanaka, como hizo recientemente la revista Nature al reseñar el premio. Tampoco es de extrañar que el comité Nobel, como ya hicieron otros comités, jurados y sociedades al considerar los nombres de aquellos científicos dignos de galardón por su contribución al desarrollo de este área, pasaran de puntillas por el nombre de Ian Wilmut. Y por encima del de Campbell quien, casualidades de la vida, falleció cuatro días antes del anuncio del premio Nobel de este año.

Pero olvidemos quién estuvo en realidad detrás de la creación de la oveja (quizás no debería haber usado esa expresión, ejem). Todo este turbio asunto deja también traslucir las luchas por el reconocimiento, las disputas profesionales y las rencillas entre colaboradores que muchas veces discurren entre las poyatas de los laboratorios, especialmente cuando está en juego algo tan deslumbrante como la rutilante gloria de un premio Nobel. Hasta qué punto es justo emborronar un nombre con una reclamación posterior a un acuerdo, en qué grado se es autor principal cuando se ha dirigido un proyecto y asegurado financiación para el mismo, etc, son preguntas siempre delicadas y nada fáciles de resolver y que pueden derivar en que el reconocimiento a una contribución científica quede en el olvido.

Pero continuemos con la carrera puramente científica por conseguir rebobinar el estado de diferenciación celular que inició Gurdon con la inserción del núcleo de una célula adulta en un huevo de rana. Una pega es que el proceso de reversión de la especialización de la célula mediante el transplante de núcleo no es nada práctico, puesto que es un proceso muy costoso, complicado técnicamente y muy poco eficiente, que implica la generación de montones de embriones fallidos, algo no aceptable en la escala ética de muchas personas. Por tanto parece evidente que no es la vía a seguir. La única posibilidad técnica de realizar un proceso semejante de desdiferenciación es muy poco práctica y consiste en inducir la fusión de la célula adulta con una célula embrionaria. De ese modo, los factores presentes en la célula embrionaria son capaces de reprogramar el núcleo de la célula adulta.

Yamanaka (de joven) durante su postdoc en el Gladstone Institute de California

En ese contexto es en donde surge la idea de Yamanaka. Su visión fue que si existían factores en las células embrionarias capaces de devolver al estado de pluripotencia el genoma de una célula adulta, uno podría tratar de identificar exactamente qué factores son necesarios y con ellos inducir todo el proceso a voluntad. Yamanaka cogió papel y boli y fue apuntando una lista de genes conocidos como cruciales para la pluripotencialidad. La lista con 24 nombres de genes se la pasó a su estudiante de doctorado, Kazutoshi Takahashi, con el encargo de que introdujese cada uno de esos genes en fibroblastos de ratón, células diferenciadas como las de la piel. Ese primer intento fue un fracaso ya que cada uno de los genes por separado no fue capaz de revertir la especialización de las células adultas. Yamanaka encargó entonces a Takahashi que introdujese los 24 genes candidatos juntos de una sola vez en los fibroblastos. Esta vez, para su satisfacción, consiguieron obtener células con características de célula pluripotente, a las que denominaron células madre de pluripotencia inducida (iPS en inglés). A partir de ese instante fue una cuestión de eliminar genes uno a uno del grupo de 24 para dar con aquellos necesarios para el proceso, hasta dar con el cóctel mínimo capaz de hacer el truco de devolver al estado de pluripotencialidad embrionario las células adultas, los genes Sox2, Oct4, Klf4 y c-Myc (más tarde demostrado como prescindible). Más adelante la técnica se refinó y se hizo extensible a muy diversos tipos de células adultas y de varias especies.

La generación de células iPS humanas dio un impulso sin precedentes a la investigación en terapia celular. Reprogramar células adultas al estado de embrionarias hace innecesaria su obtención a partir de embriones, salvando dilemas éticos, y aporta una fuente de células propias derivadas del mismo organismo al que se pretenden transplantar, obviando los problemas de rechazo inmunológico, los mismos que se dan en el transplante de órganos. Tenemos por tanto ahora la posibilidad de extraer células de un paciente, modificarlas en el laboratorio para revertir su especialización hasta devolverlas al estado embrionario, y podemos reparar el defecto genético que puedan presentar (si se trata de una enfermedad genética) o simplemente diferenciarlas al tipo celular de interés, el que demande un paciente concreto. Así, una persona tendrá a su disposición un material procedente de su propio cuerpo capaz de formar cualquier tejido que demande en un momento dado.

Todo un sueño para el que aún queda un largo camino, cuyas puertas fueron abiertas con el esfuerzo de muchos investigadores, pero entre los cuales John Gurdon y Shinya Yamanaka brillaron con especial intensidad, como así lo ha reconocido la academia sueca premiándoles con el Nobel de Medicina o Fisiología del 2012.

John B Gurdon (izquierda) y Shinya Yamanaka (derecha), galardonados con el Premio Nobel de Medicina o Fisiología 2012

Nota 1: Este artículo fue publicado en una primera versión en la web naukas.com

Nota 2: Un sensacional artículo de Manuel Serrano, investigador del CNIO, y el posterior intercambio de emails con su autor inspiró esta entrada

Publicaciones clave de John B Gurdon:

Gurdon, J.B., Elsdale, T.R., and Fischberg, M. (1958). Sexually mature individuals of Xenopus laevis from the transplantation of single somatic nuclei. Nature 182, 64-65.

Gurdon, J.B. (1962). The developmental capacity of nuclei taken from intestinal epithelium cells of feeding tadpoles. J. Embryol. Exp. Morph. 10, 622-640.

Gurdon, J.B., and Uehlinger, V. (1966). «Fertile» intestine nuclei. Nature 210, 1240-1241.

Gurdon, J.B., Laskey, R.A., and Reeves, O.R. (1975). The developmental capacity of nuclei transplanted from keratinized skin cells of adult frogs. J. Embryol. Exp. Morph. 34, 93-112.

Gurdon, J.B., and Byrne, J.A. (2003) The first half-century of nuclear transplantation. Proc. Natl. Acad. Sci. USA 100, 8048-8052.

Gurdon, J.B. (2006) From nuclear transfer to nuclear reprogramming: the reversal of cell differentiation. Ann. Rev. Cell Dev. Biol. 22, 1-22.

Publicaciones clave de Shinya Yamanaka:

Takahashi, K., and Yamanaka, S. (2006). Induction of pluripotent stem cells from mouse embryonic and adult fibroblast cultures by defined factors. Cell 126, 663-676.

Okita, K., Ichisaka, T., and Yamanaka, S. (2007). Generation of germline-competent induced pluripotent stem cells. Nature 448, 313-317.

Takahashi, K., Tanabe, K., Ohnuki, M., Narita, M., Ichisaka, T., Tomoda, K., and Yamanaka, S. (2007). Induction of pluripotent stem cells from adult human fibroblasts by defined factors. Cell 131, 861-872.

Nakagawa, M., Koyanagi, M., Tanabe, K., Takahashi, K., Ichisaka, T., Aoi, T., Okita, K., Mochiduki, Y., Takizawa, N., and Yamanaka, S. (2008). Generation of induced pluripotent stem cells without Myc from mouse and human fibroblasts. Nat. Biotechnol. 26,101-106.

Aoi, T., Yae, K., Nakagawa, M., Ichisaka, T., Okita, K., Takahashi, K., Chiba, T., and Yamanaka, S. (2008). Generation of pluripotent stem cells from adult mouse liver and stomach cells. Science 321, 699-702.

Okita, K., Nakagawa, M., Hyenjong, H., Ichisaka, T., and Yamanaka, S. (2008). Generation of mouse induced pluripotent stem cells without viral vectors. Science 322, 949-953.

El trabajo y la trayectoria de Yamanaka explicados por él mismo en este artículo y los de Gurdon en este otro, publicados en Nature Medicine con motivo del premio Lasker que ambos recibieron en el 2009.

Aclaraciones y puntualizaciones


Recientemente decidí escribir un par de artículos para Amazings.es (posteriormente publicados también aquí y aquí) que tratarían de aclarar algo el turbio panorama creado tras la decisión judicial relativa a las patentes con células madre embrionarias humanas. Mi intención con el primero de los artículos fue aclarar el embrollo técnico y judicial que se produjo a cuenta de esta decisión del tribunal de justicia de la UE. Creo que dicha decisión es muy importante y tendrá consecuencias que nos afectarán a todos, y por ello he tratado de informarme lo mejor posible y de explicarlo con claridad.

Por el contrario, el segundo de los artículos es evidentemente un artículo de opinión, absolutamente subjetivo como no puede ser de otra manera. Surge de mi extrañeza al observar que el litigio sobre la patente que originó la decisión judicial parte de la organización Greenpeace, en todo su derecho, faltaría más, pero cuya motivación desconocía. Al leer el artículo de análisis del asesor de Greenpeace en este asunto explicando sus motivos, me pareció una postura bastante absurda y así decidí exponerlo.

Tras la publicación de estos dos artículos en Amazings.es, me veo en la necesidad de intentar hacer algunas puntualizaciones y aclaraciones al debate suscitado por los dos artículos publicados acerca de las patentes de células madre embrionarias humanas. Desgraciadamente no pude entrar a comentar debidamente uno por uno según se fueron produciendo esos comentarios y me gustaría intentar hacerlo ahora de manera conjunta.

Primero de todo me gustaría aclarar que soy investigador y desarrollo mi actividad de investigación en un organismo público de investigación. No tengo ninguna relación con empresas privadas de biotecnología, farmacéuticas, o de ningún otro tipo para el caso. No poseo patentes registradas, para mi desgracia y demérito de mi carrera científica, puesto que en la evaluación de la trayectoria científica personal por los organismos públicos (al igual que ocurre con la trayectoria de los institutos de investigación) se valora positivamente ese apartado. Vamos, que no tengo intereses particulares, aunque siempre surja alguna que otra voz que entienda que una posición de opinión en contra de Greenpeace tiene que estar fundamentada en oscuros intereses económicos.

He observado que en gran medida el debate que se ha suscitado incide sobre la ética de las patentes en general, y sobre la protección de la propiedad industrial en el caso de tecnologías y aplicaciones médicas en particular. Creo que discutir sobre la legitimidad, utilidad, etc, del sistema de patentes está fuera de mi alcance y es un debate sin duda impregnado de ciertos aromas a software libre, cultura compartida, etc, que creo que no tienen nada que ver con lo que se discute.

Oliver Brüstle

Cuando hablamos de patentes en el ámbito de la salud, rápidamente muchos meten en la ecuación a las malvadas farmacéuticas, con toda seguridad el sector de negocio que levanta más odio y suspicacias del mundo (no sin ciertas razones para ello). Se plantea así la posibilidad de patentar únicamente como una manera de limitar la investigación de los demás, como forma injusta de enriquecerse incluso a costa de la salud de todos, como un sistema de explotación de riqueza a cambio de un truco legal. Más curiosa aún resulta la posición que defiende que los resultados de la investigación llevada a cabo en organismos públicos sea libre, puesto que la pagamos todos. Como dato decir que Oliver Brüstle, el investigador alemán cuya solicitud de patente originó este litigio por parte de Greenpeace, es un investigador de la Universidad de Bonn, universidad pública.

Sin embargo, creo que bien puede analizarse al contrario. Un organismo público, que ha empleado el dinero de todos para realizar una investigación que ha generado un conocimiento útil gracias al esfuerzo y saber hacer de un grupo de científicos, debe proteger esa invención. ¿Qué puede ocurrir si no? Que cualquiera (ponga aquí el nombre de su compañía farmacéutica más odiada) explote comercialmente su invención, estableciendo además sus condiciones (y precio), dándose entonces la paradoja de que deberíamos volver a pagar por algo cuyo desarrollo costeamos entre todos. Eso en vez de generar riqueza, revertir la inversión al sector público, o asegurarse de que el avance pueda llegar a todos gracias a que somos los poseedores de la patente. Proteger bajo patente no implica querer enriquecerse, significa ser dueños del posible desarrollo comercial de una invención.

Por su parte, las empresas biotecnológicas (no sé porqué todo el mundo habla solo de las farmacéuticas) y las “Farma”, dejarán de desarrollar tecnologías y procedimientos terapéuticos en esta área en Europa, porque saben que este es territorio que no permitirá que protejan sus invenciones adecuadamente. Pese a algún comentario que he leído haciendo referencia a otros campos, en este mundo de la aplicación de métodos y procedimientos terapéuticos todo nuevo desarrollo se patenta y ese es un objetivo irrenunciable por parte de las compañías de biotecnología y farmacéuticas. Algún comentario reclamaba incluso que la salud y los medicamentos estén fuera de las manos de las empresas privadas. Curioso planteamiento, puesto que no sé cuántos medicamentos y procedimientos nos quedarían.

Ese es un efecto directo, pero hay otro indirecto que puede resultar también muy grave. Algún comentario hacía referencia a que la decisión judicial en cuestión únicamente impedía la protección por patente de unas investigaciones, pero no el desarrollo comercial de las mismas, ni mucho menos la financiación ni el planteamiento de dichas investigaciones. Desgraciadamente el panorama para muchos científicos no es tan halagüeño. Esta decisión judicial establece una definición de embrión humano increíblemente restrictiva y errónea, que puede ser usada como referencia posteriormente para legislar o decidir la financiación de la ciencia. Decide declarar no patentable cualquier técnica, procedimiento o material biológico que implique el uso de células madre embrionarias por muy lejano que el material a emplear se encuentre hoy en día de su presencia en embriones. Declarar que cualquier cosa que haya formado parte de “algo” que hubiese podido, llegado el caso, derivar en un ser humano, o incluso aunque biológicamente hubiese sido imposible su desarrollo en ser humano, es un ser humano, es ciertamente una chapuza y una metedura de pata. Llega a extremos de pensamiento mágico, del tipo del rechazo que muchos sentirían a vestir las ropas que hayan sido usadas anteriormente por un terrible asesino pese a estar perfectamente lavadas y desinfectadas, o a habitar una casa en donde se haya producido un crimen. Un tribunal de justicia no puede basar sus decisiones en el pensamiento mágico que otorga a cualquier material biológico derivado de un ser humano características humanas. Que Greenpeace piense así es su problema, pero que un tribunal lo reconozca y asuma, creo que es muy sorprendente. Defender que proteger bajo patente el desarrollo de un procedimiento médico basado en el uso en alguno de sus pasos de material que en algún momento fue derivado de un ser humano, es lo mismo que comerciar con un ser humano y por tanto es denigrante para la persona, es algo propio de ese pensamiento mágico, característico de organizaciones religiosas y por lo que parece también asumible por organizaciones como Greenpeace.

Si seguimos el hilo argumental de los que consideran “vida humana” a cualquier cosa que haya estado en algún momento cercano a un embrión humano, (fecundado o no), podemos llegar (si no lo hemos hecho ya, claro) a entrar en absurdos tan fantásticos como considerar a cualquier célula humana como potencialmente originadora de un organismo humano completo. De hecho, no quiero dar ideas, pero cualquier célula de las que se están desarrollando en la actualidad desde que surgió en el 2006 la técnica de reprogramación a célula pluripotente inducida (iPS), por la cual podemos dar marcha atrás en el reloj biológico de una célula cualquiera adulta hasta devolverla a un estado de pluripotencialidad similar al de las células madre embrionarias, en teoría (porque nadie va a cometer la aberración de testar esa posibilidad) debería ser incluso capaz de generar un ser humano completo. El Vaticano es firme defensor de estas células iPS, llegando incluso a organizar conferencias sobre el tema, pero a poco que alguien se ponga, podrían caer también en el saco de no sujetas a comercialización por motivos éticos.

Alguno dirá que es una exageración, pero basta con echar un vistazo a campañas como la promovida aquí por un grupo de comunicación haciéndose eco de un boicot contra la empresa Pepsi por una falaz acusación (ver vídeo solo si no se tiene el estómago muy delicado). Quizás Greenpeace se una también a dicha campaña, no sé.

De nuevo, ahondando más en las consecuencias derivadas de esta decisión, se prohíbe la protección bajo patente de invenciones que tengan que ver con embriones humanos porque se considera no ético. Eso es tanto como condenar la investigación en esta área en Europa, puesto que no permite asegurar una explotación comercial eficaz de la invención, siembra importantes dudas sobre la legalidad y adhesión a normas éticas de estas investigaciones, y supone un importante freno para la financiación por parte de organismos públicos y privados de más investigación en esta área.

Imagen de la campaña contra las patentes de embriones humanos tomada de la web de greenpeace

La guerra de las células madre



Células pluripotentes inducidas de ratón

Recientemente, la revista The New Scientist, publicaba un curioso estudio dentro de su especial “The stem cell war” (la guerra de las células madre). El objetivo del mismo era identificar cuáles son los científicos más influyentes en el ardoroso y competitivo campo de investigación de las células madre y, más concretamente, el de la células pluripotentes inducidas (o iPSC de “induced-pluripotent stem cells”). Para más información sobre qué son las iPSC te recomendamos la lectura de alguna entrada anterior de este mismo blog.

Para analizar cuáles son los científicos más destacados en el campo de investigación de las iPSC, Peter Aldhous de la revista The New Scientist, recopiló a partir de la base de datos Web of Science todos los artículos científicos de investigación primaria (es decir, excluyendo editoriales o artículos de revisión) aparecidos hasta el momento sobre el tema. Esto aún es posible hoy en día sin volverse loco porque el tamaño de la literatura científica entorno a las iPSC es, pese a su enorme expansión, aún abarcable. No en vano estamos hablando de un campo que se inició con un artículo del laboratorio de Shinya Yamanaka de la Universidad de Kyoto en Japón, publicado en la revista Cell en el año 2006.

Shinya Yamanaka de la Universidad de Kioto en Japón

Pero el estudio mencionado va más allá y recoge una crítica habitual en el mundo científico relativa al proceso de evaluación por pares, o “peer-review”, y su integridad y honestidad. La comunicación de los resultados de la investigación científica gira alrededor de la publicación de artículos en revistas especializadas. De manera breve: un laboratorio redacta sus nuevos hallazgos en un artículo que envía para su consideración a la revista más adecuada en función del área de especialización y grado de novedad y avance que representa su trabajo. La revista por su parte, tras una decisión editorial inicial basada en el interés y grado de adecuación de lo allí descrito, enviará el manuscrito a 2, 3, 4 revisores externos, de entre los científicos del mismo campo con criterio reconocido por la comunidad científica internacional para examen objetivo de su valía. Estos se encargan de diseccionar lo allí descrito para juzgar la calidad de la experimentación realizada y la validez de las conclusiones, frecuentemente resaltando posibles defectos y en ocasiones ofreciendo valiosos consejos para mejorar los artículos. Pero desgraciadamente no siempre es así y muchos de los que se dedican a publicar su trabajo en revistas científicas se habrán visto envueltos en más de una desgraciada experiencia de retraso y entorpecimiento de la comunicación de su trabajo.

El año pasado, 14 científicos del área de investigación de las iPSC firmaron una carta abierta a los editores de las revistas científicas más prestigiosas quejándose de que la publicación de valiosos resultados, verdaderamente originales, en este campo estaba viéndose entorpecida durante este proceso de “peer-review” con peticiones y exigencias poco razonables que conducían al retraso de la publicación, cuando no a su rechazo.

Imagen insólita para las nuevas generaciones: Revistas en papel y consultadas en bibliotecas.

Este hecho es de importancia y frecuentemente se apunta al favoritismo de las revistas científicas por las publicaciones originadas en los Estados Unidos, en donde basan sus laboratorios los grupos más potentes. ¿Es posible identificar alguna tendencia en ese sentido en este competitivo campo de las iPSC? A fin de cuentas estamos hablando de una carrera más que probable hacia el Premio Nobel y de una experimentación con gran potencialidad de convertirse en la madre de todas las terapias futuras.

Con las citas bibliográficas encontradas (216), Aldhous hizo una lista de las publicaciones relativas a las iPSC publicadas por las mejores revistas (148) y a continuación se dispuso a analizarla. Identificó el nombre y procedencia del investigador primario de cada artículo, así como el de las publicaciones referenciadas en cada uno de esos estudios. Además, para el total de artículos examinados se anotaron cuidadosamente las fechas de recepción del artículo en la revista, la fecha en la fueron aceptados para su publicación y la de aparición online. Los datos crudos pueden ser consultados en esta hoja datos de Google Docs.

Células madre por el siempre genial Forges

Una de las primeras cosas que llama la atención de este estudio es el análisis que revela que los artículos realizados por científicos asentados en los Estados Unidos, efectivamente fueron aceptados y publicados significativamente más rápido que los procedentes de otros lugares del mundo.

A continuación, utilizando una extensión de Microsoft Excel para análisis de redes sociales denominada NodeXL, se mapearon las intrincadas redes de citación de unos científicos a otros. El número de veces que un trabajo propio es citado por otros investigadores en sus artículos es un índice de la relevancia y del grado de aceptación de tus aportaciones a un campo por el resto de la comunidad científica.

Gráfico representando las conexiones entre los científicos autores de las publicaciones de mayor impacto en el área de las iPSC

De los 43 científicos presentes en esta red, 24 de ellos basados en los Estados Unidos y 19 del “resto del mundo”, prácticamente la totalidad (a excepción de uno de los Estados Unidos y otro de fuera) aparecen conectados al pionero del campo, Shinya Yamanaka. Curiosamente, el resto de científicos de fuera de los Estados Unidos no aparecen conectados entre sí, pero sí en siete casos con científicos de Estados Unidos. Por su parte, los científicos de Estados Unidos forman una red de conexiones mucho más rica, aunque no conectan con los científicos de fuera del país, excepción hecha del mencionado Yamanaka.

James Thomson y Doug Melton

Por supuesto, a mayor número de artículos publicados, mayor es el número de conexiones entrantes en la red porque se obtienen más posibilidades de ser citado. A este respecto, los científicos de Estados Unidos representados en el gráfico publicaron 67 artículos en revistas de primer orden, frente a 38 de los de “resto del mundo”. Pero el número de artículos no lo es todo, puesto que existen dos científicos, Doug Melton (del Harvard Stem Cell Institute) y James Thomson (de la Universidad de Wisconsin-Madison), que son referenciados y que poseen menos artículos publicados que muchos de sus colegas sin referencias.

Juan Carlos Izpisúa y María Blasco

Por cierto, entre este panel selecto de destacados científicos figuran dos españoles, curiosamente uno en la lista de los basados en Estados Unidos y otro entre los científicos fuera del país norteamericano. El primero es Juan Carlos Izpisúa Belmonte, investigador del Salk Institute de La Jolla en San Diego, California; aunque también director del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona (CMRB) en España. La segunda es María Antonia Blasco, investigadora responsable del laboratorio de Telómeros y Telomerasa, directora del programa de Oncología Molecular, y vicedirectora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) de Madrid.