GWAS – Estudios de asociación del genoma completo


En muchas ocasiones nos topamos con noticias que hacen referencia a estudios que han descubierto marcas genéticas asociadas a tal o cual enfermedad, o que predisponen a tal o cual característica. Un ejemplo típico en tiempos recientes es la investigación de la base genética que predispone a una mayor longevidad. Los primeros estudios ya han ido apareciendo, no exentos de polémica, y sin duda en próximas fechas asistiremos a otros nuevos esfuerzos por desentrañar las fechas de caducidad que figuran inscritas en nuestros genomas.

Para abordar experimentalmente este tipo de proyectos, los investigadores hacen uso de lo que se conoce como estudios de asociación de genoma completo, (o GWAS, de sus siglas en inglés). Los GWAS son análisis comparativos del genoma entero de un grupo de individuos con una característica común, frente al de la población general. Normalmente, el grupo de estudio está formado por gente que sufre una enfermedad o posee una característica que se considera heredable, es decir, codificada en su genoma. Las comparaciones se realizan habitualmente fijándose únicamente en los SNPs, o polimorfismos de nucleótido simple, considerados la mayor fuente de variación genética en una población. Estos SNPs son marcas abundantes y uniformes a lo largo del genoma de un individuo y, sorprendentemente, suelen ubicarse en regiones que no codifican productos proteicos. Gracias al desarrollo de chips de SNPs, superficies sólidas en las que se imprimen fragmentos de ADN que representan cada una de estas variaciones, los investigadores pueden escanear el ADN extraído de una muestra obtenida con un bastoncillo de la cara interna de la mejilla, a lo CSI, para dibujar un mapa genético de cada individuo. La comparación de un elevado número de individuos del grupo de estudio frente al grupo control, permite establecer si existen SNPs que se asocien con la característica de estudio.

Este tipo de aproximaciones han llevado en los últimos años a la identificación de un buen número de SNPs (unas 4000 según el último recuento y creciendo día a día) ligadas a distintas enfermedades (alrededor de 200) con una base genética compleja, tales como la obesidad, la hipertensión, la enfermedad de Crohn, …, e incluso se han aplicado al estudio de la longevidad extrema, la de los individuos que soplan más de 100 velas en sus tartas de cumpleaños.

Los secretos de una larga vida


En una entrada anterior contábamos la historia de la persona más longeva comprobada y registrada, la francesa Jeanne Calment, con sus 122 años y 164 días. Como decíamos, el interés de la ciencia en los centenarios (los que llegan a cumplir los 100 años) y los supercentenarios (aquellas personas que viven por encima de los 110 años) es encontrar qué es lo que tienen en común. La idea es intentar definir qué es lo que hace que cierta gente posea una salud que le permita llegar hasta edades tan avanzadas en buen estado, como primer paso para desarrollar algún tipo de tratamiento efectivo en el retraso de la aparición de las enfermedades asociadas al envejecimiento y, con ello, en la prolongación de la vida.

James W. Vaupel del MIPDR, coordinador del estudio "supercentenarians"

Uno de estos esfuerzos se ha plasmado en la creación de una ambiciosa “base de datos internacional sobre longevidad” (IDL). Un equipo internacional formado por investigadores de 13 países (USA, Canadá, Japón, Australia, Francia, Italia, España, Alemania, Suiza, Bélgica, Reino Unido, Dinamarca y Holanda) y coordinado por el Max Planck Institute for Demographic Research (MPIDR) en Rostock, Alemania, se ha pasado los últimos 10 años buscando en sus respectivos países a aquellos que hubiesen cumplido los 110 años o más. En total consiguieron reunir información de más de 600 supercentenarios. Además de supercentenarios, la investigación se ha expandido también para incluir datos de personas “más jóvenes”, los denominados semicentenarios (de entre 105 y 110 años de edad). No sólo recopilaron datos de interés científico, si no que además se dedicaron a documentar sus vidas personales, experiencias, etc. Uno de los mayores esfuerzos de este grupo de investigadores ha sido el establecer los criterios necesarios para validar las edades reales de la población a estudiar, ya que es muy frecuente que los datos sobre supercentenarios sean erróneos.

La mayoría de los supercentenarios son mujeres

La principal conclusión a la que han llegado los investigadores es que no existe un secreto para la longevidad. Los supercentenarios parecen ser tan diversos como los individuos de edades más jóvenes. Sin embargo, sí se pueden destacar algunas características comunes. La mayoría de los que llegan a los 110 años son mujeres, ninguno de ellos fumadores empedernidos, y que disfrutan de una salud, comparativamente, buena hasta alcanzar una edad muy avanzada. Además, el número de los que permanecieron solteros o tuvieron menos hijos que la media de la población, es mayor (a más de un casado/a con hijos/as esto no le sorprenderá …).

Las teorías evolucionistas sobre el envejecimiento predicen la existencia de algún tipo de “trato” evolutivo entre la supervivencia y la fertilidad. Según esta idea, los organismos emplearán sus recursos en conseguir descendencia a costa de sufrir un periodo de vida más corto y, al contrario, un menor gasto en reproducción implicará un periodo de vida más prolongado. Los datos encontrados por estos investigadores, por supuesto aún necesitando de un análisis detallado y una más amplia validación, apoyarían la idea de la existencia de genes que reducen la mortalidad a costa de la fertilidad.

Que los genes son importantes en determinar la longevidad viene derivado del dato de que la mayor longevidad es una característica muchas veces familiar. Pero por supuesto hay que tener también en cuenta que existen toda una serie de determinantes de la longevidad que pueden estar asociados a las familias sin que necesariamente tengan una base genética. Alimentación, poder adquisitivo, educación, etc, pueden ser condicionantes de la longevidad relacionados entre miembros de una misma familia sin que vengan determinados por los genes. Los estudios con gemelos son la mejor prueba de la base hereditaria de distintas características. Cuando estos estudios con gemelos se han aplicado al envejecimiento se ha llegado a la estimación de que un 25% de la variación en el periodo de vida podría ser atribuido a la variación genética entre la población.

Sin embargo, no se han encontrado hasta la fecha genes que ralenticen el envejecimiento de manera fehaciente. Únicamente existe un gen, el ApoE, para el cual se han descrito SNPs (polimorfismos de nucleótido simple que generan variaciones en cada una de las características que determinan los genes) que de alguna manera aumentan o disminuyen la posibilidad de morir a edades avanzadas.

Una de las conclusiones más relevantes del estudio con supercentenarios es que la mortalidad humana se equilibra en una probabilidad del 50% al año, al menos a partir de los 110 años. Cuando este proyecto con supercentenarios comenzó, se desconocía si la probabilidad de muerte proseguía aumentando según se cumplían más años, se equilibraba o disminuía. Esto querría decir que, como es obvio, cuanto más años, mayor es la probabilidad de morir, hasta alcanzar los 110 años. A partir de ese momento uno tiene una probabilidad del 50% de morir al año y esa probabilidad se mantiene constante desde entonces.

Por último, los investigadores tuvieron ocasión de comprobar que la gente que vive periodos de vida excepcionalmente largos no lo hacen tras sufrir un envejecimiento más lento, más gradual, si no porque alcanzan edades avanzadas con mejor salud. Es decir, el envejecimiento de los supercentenarios está retrasado, no decelerado. Encontrar cuál es el determinante de este “aplazamiento” en el proceso de envejecimiento, tendría un obvio interés por su tremenda repercusión sobre la salud humana.

Los coordinadores de este estudio publicaron sus conclusiones en un libro que está disponible (en inglés) online aquí:

Supercentenarians por Heiner Maier, Jutta Gampe, Bernard Jeune,
Jean-Marie Robine, James W. Vaupel (Editores). Springer Verlag. ISBN: 9783642115196.

¿Cuál es el límite de la vida humana?


Los que se interesan por la posibilidad de detener el proceso de envejecimiento y con ello prolongar la vida, se plantean la pregunta, ¿cuál es el límite de la vida humana? Sin duda, si observamos a los ancianos más longevos de nuestras sociedades, obtendremos la respuesta sobre cuál es el límite máximo esperable para la especie humana. Seres mitológicos, fantásticos y demás aparte, la persona más longeva registrada y comprobada fue la francesa Jeanne Louise Calment. Nacida en Arlés, un pueblecito del sur de Francia, el 21 de Febrero de 1875 y fallecida en el mismo sitio el 4 de Agosto de 1997. Vivió pues 122 años y 164 días (lo que representa 122,449 años en total).

El caso de Jeanne Calment se dio a conocer de una manera totalmente fortuita. A sus 110 años, en 1985, había entrado a residir en una casa de ancianos de su pueblo natal. Cuando unos años más tarde, en 1988, Arlés se preparaba para el centenario de la visita de unos de sus más ilustres vecinos, el pintor Vincent van Gogh, unos asombrados periodistas oyeron de boca de Calment los recuerdos de sus encuentros con el famoso pintor en su juventud, cuando éste visitaba la tienda de su padre.

Tras la visita de los periodistas en su residencia de Arlés, la anciana Calment recibió el título de persona más anciana del mundo por el libro Guinness de los Récords. Sin embargo, en 1989, una norteamericana llamada Carrie C. White, reclamó ese título para ella, pues afirmaba haber nacido en 1874, generando no pocas dudas.

Cuando en 1991 la norteamericana falleció, Jeanne Calment, a sus 116 años, pasó a ser reconocida sin duda como la persona más anciana con vida. Pero además, el 17 de Octubre de 1995, y con 120 años y 238 días, se convirtió en la persona más longeva que jamás haya vivido, de manera fehaciente, llevando esta “marca” hasta los ya mencionados 122 años y 164 días.

Resulta difícil hacernos una idea de lo que supone una vida tan prolongada. Baste decir que, además de haber conocido a van Gogh, Calment aseguraba haber asistido al funeral de Victor Hugo, tenía 14 años cuando la Torre Eiffel fue terminada, cumplió los 40 durante los primeros meses de la Primera Guerra Mundial y alcanzó la edad de jubilación en la Segunda Guerra Mundial. Jeanne se casó en 1896 y vivió 55 años después de la muerte de su marido. Tuvo una hija, y vivió 63 años después del fallecimiento de ésta. Y por último, vivió 37 años después de la muerte en accidente automovilístico de su nieto.

Jeanne Calment fue toda su vida una persona muy activa, llegando incluso a practicar actividades físicas a una avanzada edad. Por ejemplo, practicó esgrima hasta los 85 años y montaba siempre en su bicicleta hasta cumplir los 100. A muchos les gusta destacar de su biografía que Jeanne Louise era fumadora, y que solo dejó de fumar a los 117 años, porque al quedar ciega le daba vergüenza pedir fuego para sus cigarrillos. Lo cierto es que su hábito se reducía a un par de cigarrillos diarios, por supuesto nada aconsejables, pero tampoco su declarado consumo de alguna copa de vino de vez en cuando puede ser esgrimido como la razón de su longevidad. A sus 114 años sufrió una caída que le obligó a someterse a una operación de cadera en enero de 1990, convirtiéndose así en la persona verificada más anciana sometida a cirugía. Pese a que tras la operación se vio obligada a hacer uso de una silla de ruedas, Jeanne Louise se mantuvo siempre activa y parlanchina, recibiendo visitas constantes hasta que cumplió los 122 años, cuando su estado de salud sufrió un declive considerable, falleciendo 5 meses después. En su familia son varios los ejemplos de prolongada longevidad. Así, su hermano vivió hasta los 97, su padre hasta los 93 y su madre hasta los 86. ¿Supone esto la existencia de una base genética que determina la longevidad?

Entre las anécdotas que se cuentan de la vida de Jeanne Calment, una de las más divertidas es la que hace referencia al trato que firmó con el abogado François Raffray (divertida salvo para él, claro está). En 1965, a los 90 años, siguiendo una práctica bastante habitual en Francia, Calment vendió su casa sin perder su propiedad a Raffray para, de esta manera, obtener unos ingresos extra mientras viviese. En el momento del acuerdo, el valor de la casa de Calment equivaldría a unos 10 años de renta que tendría que pagar Raffray, si no moría antes Calment, momento en el cual Raffray pasaría a ser dueño de la casa. En su momento, Raffray, con 47 años, hizo sus cálculos y no dudó en que el acuerdo era muy ventajoso para él. Evidentemente no podía sospechar que le quedaban más de 30 años por delante que pagar, y menos aún que la anciana Calment viviría más que él mismo, teniendo su viuda que hacerse cargo del pago tras su muerte durante 3 años más.

Más allá de todas las divertidas y sorprendentes anécdotas que podemos disfrutar con un ejemplo como este de vida extremadamente prolongada, ¿qué podemos aprender de los centenarios? Son muchos los investigadores que afirman que es en su ejemplo en donde debemos fijar nuestra atención para determinar cuáles son los secretos moleculares que determinan una vida extraordinariamente prolongada. Identificar las vías moleculares no es tarea sencilla, establecer una relación causal con la extensión de la vida más allá de toda duda es aún más complicado, saltar sobre la primera evidencia que se nos presente para plantear una estrategia terapéutica del envejecimiento es osado e irresponsable.

La prolongada vida de Jeanne Calment en fotos