La búsqueda de la fuente de la eterna juventud ha sido una constante de la especie humana, con toda seguridad ligada a la percepción de la caducidad de los procesos vitales. El ser humano es el único animal que posee conciencia de su propia existencia, de su inicio en la vida y también de su final. El envejecimiento resulta incómodo con sus rigores y debilidades, pero es además el anuncio de la cercanía del fin. Esa angustia ha propiciado una desesperada búsqueda de algún elemento capaz de retrasar, y hasta de revertir, el envejecimiento, lo que ha derivado también en la aparición de múltiples leyendas alrededor de procesos y elementos antienvejecimiento mágicos, así como a la creación de personajes míticos de longevidades extraordinarias.
Quizás de los primeros, y de gran popularidad (al menos en el área cultural judeocristiana), sean los grandes patriarcas bíblicos, encabezados, por supuesto, por Matusalén (en hebreo מתושלח). Hasta tal punto que Matusalén es sinónimo de extrema longevidad donde los haya. Según el antiguo testamento, Matusalén llegó a vivir nada menos que 969 años, llegando a tener descendencia a los 187 años, cuando engendró a su hijo Lamec. Éste a su vez vivió hasta los 777 años y tuvo un hijo a los 182 años llamado Noé, nieto por tanto de Matusalén, que contaba con 369 años cuando Lamec le hizo abuelo. Noé es famoso por haber recibido el encargo divino de construir un gran arca en el que albergar una pareja de cada una de las especies de seres vivos durante el gran diluvio que asoló la Tierra.
El catastrófico acontecimiento le vino encima a Noé cuando era un jovencito de 600 años nada menos y, dado que Matusalén murió por el 600 cumpleaños de Noé, cabe suponer que Matusalén murió el mismo año del diluvio.
Aún tratándose de un leyenda mitológica, podemos ver que esto de la longevidad extrema va por familias desde antiguo, como se refleja también en la actualidad con la extraordinaria longevidad de los familiares de supercentenarios conocidos (a este respecto, ver esta entrada anterior del blog acerca de los determinantes de la longevidad).
Los estudiosos de la Biblia aseguran que en realidad estas edades asombrosas son debidas a errores de traducción de los textos bíblicos y que lo que en principio eran ciclos lunares fueron confundidos más tarde por ciclos solares. Eso implicaría que las edades “reales” serían 13,5 veces menores. Por tanto, Matusalén en realidad habría vivido hasta unos 72 años de edad.
Encontramos también en la Biblia una curiosa referencia a la longevidad máxima del ser humano. En concreto, en Génesis 6:3, “Y dijo Yavé: «No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años”. Cumpliendo el mandato divino, o no, el caso de la mujer más longeva conocida y documentada (ver esta entrada anterior del blog), Jeanne Calment, quien falleció a los 122 años y 164 días, parece refrendar la afirmación divina.
Volviendo a Noé, el superhéroe del diluvio que contaba con 600 años cuando empezó el aguacero, haciendo honor a sus ancestros vivió hasta los 950 años, casi tantos como su abuelo Matusalén. Podríamos preguntarnos, ¿a qué se debió tan extraordinaria longevidad? Una pista nos la proporciona la propia Biblia, en concreto en Génesis 9:20: “Después comenzó Noé a labrar la tierra, y plantó una viña”; y Génesis 9:21: “y bebió del vino y se embriagó; y quedó desnudo en medio de su tienda”. Una estampa que a muchos, los de mayor experiencia etílica, sin duda les resultará de lo más normal.
Es esta la primera mención del vino en la Biblia y tuvo consecuencias negativas, porque el hecho provocó un incidente entre el propio Noé y su hijo Cam, que no viene al caso. Pero sin duda nos ofrece también el primer relato de los efectos saludables y prolongadores de la vida del vino. Me extraña que aún nadie haya usado este pasaje bíblico en su propaganda vende-pastillas de compuestos presentes en el vino.